martes, 31 de enero de 2012

Ricky cuenta su sueño


Llega por la Séptima Avenida, en el centro de Minneapolis. La nieve se ha derretido víctima de un sol que apenas calienta. Un Chrysler negro avanza por las calle vacía rumbo al aparcamiento del Target Center. Hay tres grados bajo cero y una sensación térmica mucho más desagradable. Cuatro aficionados de los Wolves esperan al hombre de moda en la NBA. Llevan un balón para el autógrafo soñado, el que hay que tener para ser 'cool', y la emoción de ver al ídolo abrasa porque un fan, para celebrarlo, acaba en manga corta. Locura. Con ustedes la vida y milagros de Ricky Rubio en Estados Unidos.
Es el chico que estampa su firma en la frente de los hinchas de los Wolves. El personaje que vuelve a sentirse observado en los restaurantes, pero no por los lanzamientos que no tocan el aro. El mejor amigo de los 'highlights' de la NBA. El jugador al que los aficionados quieren ver jugar por encima de LeBron o de Rose. El rey del pase por la espalda. El imán de la notoriedad con aspecto de cantante de grupo de rock y el mago español.
También es uno de los responsables de la resurreción de un equipo en ruinas que yaaspira a los 'playoffs'. El novato sobradamente preparado al que respetan. El protagonista de un reportaje para la edición americana de la revista GQ. El niño que ha vuelto a soñar con el baloncesto. El tercero en asistencias de la Liga. Y, lo más notorio, el genio que ha vuelto a funcionar tras un cortocircuito interior. Dejó de creer en lo bueno que era.
"¿SORPRENDIDO? UN POCO"
"Ha trabajado duro en verano. Y le veo fuerte mentalmente y con muchas ganas de aprender", dice Rick Adelman, su entrenador, el hombre del que se dirá en los próximos años que ha sido clave en el triunfo de Ricky en la mejor Liga del planeta. Y será verdad. "¿Sorprendido por su rendimiento? Un poco sí". No hay que ocultarlo. Ricky nunca se aventuró a pensar en un aterrizaje así, nada forzoso. De pie. La NBA, que le lleva esperando dos temporadas, tampoco. No tenía puesta una alfombra roja.
Porque el chaval que debutó con 14 años y deslumbró por su precocidad viene de la nada. Todas sus musas le habían dado esquinazo. "Estaba jugando mal. Fui severo conmigo mismo. Cada error me frustraba más. Tenía pánico a tirar. Es peor no atreverse que fallar. Necesitaba autoconfianza", asegura. Es paradójico que la haya obtenido ahora, en la competición más exigente, con todo el mundo aguardando sus genialidades. Una larga espera que ha concluido. Los chicos que estaban esperándole habían estado pasándose el balón por la espalda. ¿A cuántos jugadores se les identifica con una jugada? A unos pocos.
Ricky se había metido en una burbuja de frustración que le fue alejando de todo lo que le había convertido en un deportista singular. "No entiendo cómo le fue tan mal en Europa en su último año", cuenta Kevin Love, el mejor cómplice de las diabluras del español. Debe de sentirse como Karl Malone después de la llegada de John Stockton a Utah.
Love aparece una hora después de Ricky. El entrenamiento debe arrancar a mediodía. "No sé si necesitaba amor, pero los dos meses que me entrené en solitario, sin los ojos encima de nadie, me hicieron volver a nacer. El sistema de Xavi Pacual no tenía nada que ver. En el primer año me sentí muy cómodo. En el segundo me comí demasiado la cabeza". Directo, como la gente de su edad.
DEL CROMO A LA CANCHA
Porque Ricky tiene 21 años. Cuando llegó Pau Gasol a la NBA, hacía colecciones de cromos con la cara del entonces chico imberbe. Y leía sus reportajes y los de otras estrellas que ahora tiene enfrente. El pasado domingo se enfrentaron por primera vez. Es algo más que un referente. Calca su letra al hacer las dedicatorias. Sueña con saber inglés como él para expresar "todo lo que quiero decir" y le pone como modelo. "Es normal que tuviera bajones, todo el mundo los ha tenido. Hasta Navarro. Bueno, todos menos Pau, que es un jugador excepcional. Me gustaría pedirle prestada su regularidad. Es tan difícil hacer lo que hace y se le da tan poca importancia".
Ricky ha entrado a desayunar al Basketball Club de los Wolves. Después camina a la cancha auxiliar del equipo mientras esquiva los coches de los jugadores. "Mira, este es el Hammer tuneado de Webster. Y este el camión de Brad Miller", apunta haciendo un recuento del parque móvil de la plantilla, colosal por el tamaño, no por el gusto. Es una sesión suave tras el triunfo ante los Spurs en lo que fue una muesca más del boom Rubio y portada en todos los periódicos de la ciudad, por supuesto. La ESPN puso imágenes suyas y otras de Maravich. Ningún jugador español ha vivido nada igual por aquí.
BOCADOS DE REALIDAD
Hay sesión de vídeo y los novatos sacan las sillas para que se sienten los veteranos. Después las tienen que guardar. Es un bocado de la realidad, un pellizco que hace despertar a Ricky de la tangible fantasía que está viviendo. "Juego 40 minutos y se me olvida lo que soy: un rookie. Me viene bien. Si tienen sed, yo soy el que les lleva el agua".
La afición de Minnesota consume cada trago de Ricky como si se le fuera a acabar el elixir de la eterna diversión. El Target Center era desde hace tiempo un pabellón desolado por las derrotas (132 en las dos últimas campañas) y con butacas vacías, calvas que convertían a la franquicia en la vigesimocuarta en asistencia de la NBA. Ricky ha hecho el milagro de los panes y los peces.
Van cinco llenos, casi 8.000 nuevos abonados, un récord de venta de entradas en un día de partido en los últimos cuatro años (3.935) y algo difícil de cuantificar porque es indescriptible, pero que se podía resumir así: la cara de un niño con la boca abierta segundos antes de decir "ooooh". Es como si alguien mentara
el brillo de Ricky. Así le ven por estas frías tierras. "Me gusta jugar aquí por esta gente. Disfrutan el baloncesto como lo que es, un juego, e incluso cuando pierden, se quedan con la jugada que les ha hecho felices".
Deja el Target Center rumbo a casa, un pequeño apartamento a ocho minutos en coche del pabellón. Le esperan unos colegas, así los define, que han venido desde Barcelona para pasar el fin de semana. Su vida es simple y extraña. "Intento llevar una vida normal. Paso mucho tiempo en la cama. Es raro porque en Barcelona los días libres eran distintos. Aquí, fuera de casa, parece un día más de trabajo, pero sin baloncesto. Además no sé en el día que vivo porque todos son iguales. En Europa sabes que el fin de semana juegas partido de Liga y el jueves Euroliga. Aquí es un descontrol".
PAN CON TOMATE
Come en casa por lo general. Pasta, verdura y pollo forman su menú. Se busca la vida para saborear manjares que le recuerdan a su hogar. "He encontrado un sitio donde venden pan bueno. Me suelo hacer pan con tomate, como en casa". Cuando le toca salir, no se siente acosado, aunque sí observado. "La gente es muy educada. Siempre pienso que cuando me cuesta ponerme a firmar un autógrafo es porque tengo un mal día, no por la gente que me lo pide".
Tiene tiempo para comentar lo de Barea. "¿Has visto el anillo?", pregunta. Y cuando uno se piensa que lo dice apelando a la estética, al dudoso aspecto de una joya aparatosa, resulta que no, que se refiere a la posibilidad ganar el título en la NBA. La crisis de autoestima está enterrada debajo del parqué de madera del Target Center. "Yo quiero uno", confiesa. Como si lo dijera un niño a la puerta de la tienda de las golosinas. Es Ricky, que ha vuelto a soñar como un crío. Acaba de encontrar a Ricky.

No hay comentarios: