Un viernes cualquiera. Día de partido en Minneapolis, ciudad cubierta con un manto de nieve, ciudad sin gente por la calle, ciudad donde un avión tiene problemas para aterrizar a causa del hielo y te acongojas, ciudad donde te escurres a la mínima, ciudad en la que hace un día de perros. Pero resulta que "hoy hace bueno". Así es el saludo afectuoso de Ricky Rubio, hora y media antes del inicio del Wolves-Spurs, en el vestuario del Target Center. "Habéis tenido suerte, hemos estado a -23. Creo que ahora estamos a cero grados". Bienvenidos a 'Rickynápolis'.
Ricky, bromas aparte, está contento en un sitio muy cálido para él. Es un héroe. Sonríe a la mínima mientras intercambia cumplidos. Se sienta después en su butaca, donde tiene un informe detallado del scouting de los Spurs y se pone las botas de basket antes de saltar a la cancha para tirar. Le espera un colegio entero de niños rubios, camiseta azul con el nombre por detrás y un bolígrafo negro en la mano. ¿Los hacen en serie? A la vuelta pierde 10 minutos en firmar autógrafos.
Entre medias, lanza a canasta mientras se la pasa Terry Porter, ayudante de Adelman. Mete ocho triples consecutivos. La elipsis que hace el recorrido de la bola cuando sale de su mano ya no es una metáfora de la lotería. Parece más confiado y seguro. Hay aficionados que corean sus aciertos. A bote pronto, cuando le preguntas ¿qué tal todo? (otro cumplido), no se queja del ritmo de partidos, pero sí anda un poco cansado con el acoso periodístico. Hay muchos ojos sobre él. Acusa el contraste entre lo protegido que está el jugador en la ACB, y así le va a esta Liga, y lo expuesto de la NBA.
Campanadas para el ladrón
El departamento de prensa de los Wolves, como es habitual en la NBA, presenta el partido con un dossier repleto de estadísticas y datos donde se destaca la capacidad de Ricky para recuperar balones. Es tercero en la NBA. Y le llaman el ladrón. De pronto, suenan campanadas. Cada gong coincide con una imagen de Ricky en el videomarcador y un narrador que termina diciendo "Oh Dios mío" en castellano. Después, se puede escuchar una grabación de la grada donde se corea "Rubio, Rubio". Esto está pasando aquí. El desenlace del partido, la victoria se queda en casa tras un final apretado no como otras veces, lleva a la locura a los hinchas, hipnotizados por "el mago español". Los comentaristas de televisión americanos siguen tirando de imaginación.
El departamento de prensa de los Wolves, como es habitual en la NBA, presenta el partido con un dossier repleto de estadísticas y datos donde se destaca la capacidad de Ricky para recuperar balones. Es tercero en la NBA. Y le llaman el ladrón. De pronto, suenan campanadas. Cada gong coincide con una imagen de Ricky en el videomarcador y un narrador que termina diciendo "Oh Dios mío" en castellano. Después, se puede escuchar una grabación de la grada donde se corea "Rubio, Rubio". Esto está pasando aquí. El desenlace del partido, la victoria se queda en casa tras un final apretado no como otras veces, lleva a la locura a los hinchas, hipnotizados por "el mago español". Los comentaristas de televisión americanos siguen tirando de imaginación.
La decadencia de Duncan, el anillo de Barea
Hay jugadores que no deberían tener fecha de caducidad. Uno de ellos es Tim Duncan. Pero el reloj sí marca las horas y la decadencia del ala-pívot de los Spurs, uno de los mejores de todos los tiempos, es evidente partido tras partido. Después de seguir con devoción toda su carrera, ahora es fácil perderle el rastro: es una sombra de lo que fue. Chocante es su rendimiento, tanto como el atrevimiento de Barea para aparecer con el anillo de campeón. Presumió en el banquillo, como si el partido de su equipo no fuera con él, como si mereciera la pena ponérselo en un grave atentado contra las leyes de la estética. Todo el año luchando por ese pedrusco hortera. Esto también es la NBA.
Hay jugadores que no deberían tener fecha de caducidad. Uno de ellos es Tim Duncan. Pero el reloj sí marca las horas y la decadencia del ala-pívot de los Spurs, uno de los mejores de todos los tiempos, es evidente partido tras partido. Después de seguir con devoción toda su carrera, ahora es fácil perderle el rastro: es una sombra de lo que fue. Chocante es su rendimiento, tanto como el atrevimiento de Barea para aparecer con el anillo de campeón. Presumió en el banquillo, como si el partido de su equipo no fuera con él, como si mereciera la pena ponérselo en un grave atentado contra las leyes de la estética. Todo el año luchando por ese pedrusco hortera. Esto también es la NBA.
P.D. Kevin Love parece buena gente, pero Beasley, que reaparecía en casa, no lleva bien el éxito de Ricky. Debe ser el único.
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