El baloncesto se convirtió, durante dos horas y media en el deporte rey en la City británica. Londres, acostumbrada a fútbol y pubs, cambió de atuendo y se enfundó la camiseta de tirantespara dar colorido a un recinto espectacular como es el O2. Un pabellón que desde dos horas antes de que diese comienzo el choque, desprendía baloncesto.
Las entradas, agotadas desde hacía varios días, eran un bien muy preciado por cientos de aficionados que, ataviados con las camisetas de los Knicks, buscaban desesperadamente un resquicio para poder ver a sus ídolos en carne y hueso. No hubo manera. Los millares de fans que habían sido previsores no querían dejar pasar la oportunidad de ver uno de los mayores espectáculos del mundo en directo.
A medida que avanzaba la hora del choque, las gradas se teñían de azul y blanco, aunque las letras que más predominaban en las camisetas eran las de los Knicks. No en vano, es el equipo de la capital del mundo. Sin embargo, los aficionados del equipo de Detroit no se quedaban atrás y aunque menores en número, se les oía en todo el pabellón. Aunque en un partido como el del O2, el resultado era lo de menos.
Hasta la gente guapa, y en Londres hay bastante de esta, no quiso perder detalle de lo que hacían las estrellas llegadas del otro lado del Atlántico. Así, a pie de pista, astros del balompie como los galos Patrick Vieira y Rober Pires se pasaban al balón naranja para disfrutar de show de Carmelo, Stoudemire y compañía.
El público, poco habituado al espectáculo en los tiempos muertos y en el descanso, disfrutaba casi tanto con las Pistons Dancers y los mates de los acróbatas, como con las canastas de las estrellas. NBA en estado puro.
Además, como el partido tampoco tuvo mucha historia, el tiempo para disfrutar con todo lo que rodea al baloncesto. Incluso con los calcetines de Drummond o las zapatillas y el peinado del recuperado Iman Shumpert. Todo eso también forma parte del show que hace de la NBA una marca global. Un deporte que va más allá y que con partidos como éste demuestra que no tiene fronteras incluso en un país sin apenas tradición de baloncesto.
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